En los días previos a “Todos los Santos” podemos oír por nuestras calles un grito que, con toda seguridad, nos resulta familiar (hoy mismo lo he escuchado).
Se trata del “arrrrroooope y ca-la-ba-za-teeeee”, un oscuro y dulzón producto elaborado de manera tradicional, por artesanos procedentes del sur de Valencia (principalmente de Benigánim).
Aunque hoy día los vemos con su característica motocicleta con alforjas, es una tradición de siglos la que nos traía el
“arrope y calabazate”, a lomos de burros cargados con alforjas, que contenían tarros y una romana. Al menos, así los ha conocido mi padre.Cuentan que el arrope fue el primer sabor dulce obtenido por el hombre, que por aquellas épocas sólo disponía de la miel para endulzar sus platos.
El arrope es el líquido resultante de cocer mosto de higo (una reducción), que se convierte en una semiconserva muy dulce, para los meses en los que no había miel.
El arrope se suele usar para acompañar las gachas de harina y agua o harina y leche o bien con el calabazate, que es una mezcla de membrillos, melón, boniatos, cocinados con cal y troceados.
Pero ¿Porqué el arrope en Todos los Santos?
Una tradición de la Vega baja nos cuenta que la noche de difuntos se elaboraba una gacha de harina y agua para tapar los orificios de las grandes cerraduras de entonces. De esta manera se evitaba que las almas en pena, que vagaban por las calles esa noche, entraran en las casas. Siempre sobraba gacha que, acompañada del conocido arrope, pronto se convirtió en el plato típico de la noche de difuntos.