Se cumplen 98 años de la noche de San Juan más larga vivida en la comarca...
Pero no fue a la princesa a quien buscaron durante aquella larga noche de San Juan de 1917, sino a una pequeña de nueve años, desaparecida horas antes cuando se dirigía a comprar con quince céntimos en sus bolsillos.
Era la víspera de San Juan, el 23 de junio, y en las proximidades a la estación de Benijófar iban llegando los invitados a la boda de, precisamente, la hija del capataz de la vía, quien contraía matrimonio con un labrador, hijo de Francisco Muñoz.
No podía haberse elegido un día mejor; por delante una larga jornada a la que seguiría una noche mágica, llena de leyendas, hogueras y buenos deseos.
Entre los numerosos invitados a la ceremonia se encontraba un vecino, Joaquín García, que era propietario de una finca cercana y que tenía viviendo bajo su techo a una niña de nueve años llamada Teresa Juan, natural del vecino Rojales y de familia muy pobre.
Al atardecer mandó a ésta, que hasta entonces había estado disfrutando de la fiesta y jugando con otras niñas, a una casa distante unos quinientos metros para comprar quince céntimos de hierba.
Todo parecía transcurrir con normalidad hasta que, pasado el tiempo, echaron en falta a la pequeña.
La familia alertó de su desaparición y ya a altas horas de la noche todos los invitados de la boda así como las autoridades de Benijófar comenzaron su búsqueda, recorriendo aquellos campos al resplandor de las antorchas que contrastaban con las hogueras encendidas en los cercanos pueblos.
Fue una noche de San Juan muy larga, la más larga que se recuerda.
Recorrieron campos, acequias, pozos, el río…
Al amanecer del siguiente día, domingo de San Juan, siguieron organizando batidas y recorriendo aquellos campos con la esperanza de que la niña se hubiese perdido, pero todo fue inútil.
Las autoridades estuvieron indagando y preguntando a los invitados para averiguar que le podría haber pasado, intentando encontrar alguna pista.
Así llegaron hasta la casa del padre del novio, donde a aquella hora estaban comiendo.
Entre la familia, invitados también a la boda, se encontraba Francisco Lorenzo Rebollo que era además cuñado del novio. Éste sujeto “de cara alargada, mirada indecisa y recelosa y bigote rubio” era conocido por todos como el “Isabeleto” y había sufrido pena de presidio por violar anteriormente a una niña de doce años, además de otros hechos de igual índole de las que pudo librarse de la acción de la justicia.
Lo cierto es que comía tranquilamente, encerrado en un mutismo del que nadie se percató.
Las horas continuaban pasando, hubo que volver a encender antorchas, aunque su padre y un grupo numeroso de personas seguían buscando algún rastro de la pequeña sin desfallecer.
Llegaron hasta una finca propiedad de Manuel Cánovas, en término de Torrevieja, donde existía un pozo seco abandonado al que se asomaron gritando su nombre.
Nada, ninguna respuesta.
Sin embargo, al tirar una piedra se oyó un débil quejido desde el fondo.
La pequeña Teresa estaba allí, viva, a más de veinte metros de profundidad.
Habían pasado veinticinco horas.
Fue sacada y conducida hasta la casa donde vivía, a la que se desplazó el médico titular de Rojales, don César Carrera, que la atendió de su lamentable estado. Tenía gravísimas lesiones producidas por la caída al pozo y claros signos de haber sido violada.
La niña había salido a la caída del sol con intención de comprar la hierba que le habían encargado, sin embargo, a mitad del camino apareció el “Isabeleto” que intentó convencerla para que se fuese con él a coger perdices con la promesa de darle también unas peladillas…Tenía nueve años.
Después de abusar de la pequeña, y según declaración de la propia niña, sacó un cuchillo con intención de degollarla, sin embargo cambió de idea y la cogió de los pies arrojándola al pozo seco, convencido de su muerte.
Según relató la pequeña, durante la trágica noche de la víspera de San Juan se sintió acompañada en las profundidades del pozo por una joven como ella, vestida de blanco, con un resplandor que coronaba su cabeza.
El médico atribuyó lo que contaba a delirios provocados por la fuerte caída y consiguiente hemorragia y fiebre, pero el milagro de que siguiese con vida había ocurrido la noche de San Juan, la misma de la leyenda…
Quien sabe…
La guardia civil de Torrevieja detuvo en su casa de Los Montesinos al autor del crimen cuando dormía tranquilamente, seguro de la muerte de la niña, que le aseguraba la total impunidad.
Cuando el “Isabeleto” se vio en manos de los guardias y éstos le preguntaron donde estaba el cuchillo con el que intentó asesinar a Teresa antes de arrojarla al pozo, él pensó que allí ocurría algo sobrenatural…que la muerta había hablado desde el fondo del abismo…
Miró aterrado a los guardias, retrocedió unos pasos, llevó las manos hacia delante, y cayó de espaldas desmayado.
Cuando a media noche fue conducido a Benijófar, el pequeño pueblo no dormía, se había corrido la voz de su detención y no se hablaba de otra cosa, así que todo el vecindario esperaba en la calle la llegada del sátiro para pedir su cabeza.
Esposado y escoltado por la guardia civil, una orquestilla de jóvenes trasnochadores echaron detrás de la comitiva tocando la marcha fúnebre de Chopín.
Aunque confesó el crimen ante las autoridades de Benijófar, más tarde negó toda participación ante las de Rojales. El juez instructor de Dolores, don Trinidad Serrano, se encargó de esclarecer los hechos.
Éste suceso, que conmovió a toda nuestra comarca, dio origen a la conocidísima leyenda de “La niña del pozo” de la cual existen varias versiones, todas ellas recopiladas en el magnífico libro “Leyendas de la Vega Baja ” de M. Carmen Serra y Juan Luís Román del Cerro.
Todas coinciden en contar que después de abusar de la pequeña, el “Isabeleto” se dedicó a arrojarle grandes piedras con la intención de matarla, y que a ésta la protegió una señora con un manto blanco.
Se consideró milagroso que la niña estuviese viva y fue acompañada hasta la Iglesia donde, al ver la imagen de la Virgen del Rosario, exclamó:
-Esta Señora era la que ponía el manto sobre mi cabeza para que no me dieran las piedras.
Se cuenta que el agresor recibió, además de la pena de cárcel, el castigo de tener un hijo que nació sin la mano derecha, la misma con la que su padre había arrojado las piedras sobre la niña.
Hay una segunda versión de ésta leyenda que, al parecer, se basa en el mismo suceso, y que nos cuenta la historia de dos niñas pequeñas que fueron al campo y se perdieron.
Por la noche salieron las gentes del pueblo al campo con tambores y luces buscándolas, pero no las encontraron.
Al día siguiente aparecieron y contaron que una señora las había refugiado en una cueva para pasar la fria noche.
Con intención de dar gracias, las llevaron a la Iglesia y cuando las pequeñas vieron a la Virgen del Rosario dijeron que ésa era la señora que las había protegido durante la larga noche.
Y cantaban una coplica que decía:
“Y me daba agua, y me daba pan,